Antes de que el LSD fuera prohibido, en España era utilizado únicamente con fines clínicos. Muy pocos sabían sobre el fármaco como vehículo de exploración de espacios interiores ni se interesaban en la auto experimentación como forma de conocimiento. Una de las pocas excepciones la personificaba Antonio Escohotado, un joven profesor que impartía filosofía y derecho en la Universidad Central Complutense de Madrid. En abril de 1967 la prestigiosa Revista de Occidente publicó un trabajo de Escohotado titulado “Los alucinógenos y el mundo habitual”, en el que se ocupaba ampliamente de las modificaciones perceptivas, filosóficas y culturales que implicaba el consumo de drogas visionarias.
Obviamente, los poderes públicos no iban a consentir por mucho tiempo que sustancias capaces de aniquilar la “organización del campo perceptivo” de los españoles y su “impulso al trabajo cotidiano y arduo” pudieran circular con absoluta libertad en la España de Franco. Toda invitación química al pensamiento, la reflexión y la crítica quedaba fuera de lugar. De este modo, con fecha 31 de julio de 1967, el general Camilo Alonso Vega, en calidad de Ministro de la Gobernación, dio una orden sometiendo al régimen de control de estupefacientes “los productos alucinógenos en general y con carácter especial los denominados LSD-25, mescalina y psilocibina”.
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